Editorial,  FGDRC,  INSURRECCIÓN

LA ETERNIDAD DE LA ESPERANZA

Comandante Antonio García

Martes 11 de septiembre de 1973. Chile está bajo fuego, abatían al Gobierno de la Unidad Popular y comenzaba el terrorismo de Estado de Pinochet.

Entre incendios y aturdidores estallidos cohetes sobre el palacio de La Moneda sede presidencial, Salvador Allende hizo su último llamamiento al pueblo chileno por los micrófonos de la emisora rebelde Magallanes: “Ante los hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo”. Allende aceptó el desigual combate contra los fascistas, fusil en mano defendió el proyecto político que había recuperado para Chile el cobre, el sistema financiero y avanzaba en el control de industrias y de reforma agraria.

Estados Unidos, bajo el mandato de Nixon, consideró que el gobierno de la Unidad Popular en Chile al iniciar la década de los 70, representaba un peligro para los intereses del Departamento de Estado, estaba en pleno apogeo en las fuerzas armadas latinoamericanas la “Doctrina de Seguridad Nacional”, cuyo objetivo era adiestrar a los militares para mantener el orden interno de sus países y eliminar a partidarios de ideologías de izquierda y asegurar el poder estadounidense en la región, su patio trasero.

El golpe militar se usó para propinar un «Shock» en el conjunto de la sociedad chilena, fue visto por la élite gringa como una oportunidad, pues mientras se masacraba al pueblo, se le abría camino a la implementación del «ensayo neoliberal» direccionado por un grupo de economistas chilenos, conocidos como los Chicago Boys, liderados por Milton Friedman, posteriormente ese experimento abarcaría a toda Latinoamérica.

Hasta la Universidad Técnica de la ciudad llegaban los sonidos de ráfagas de ametralladora y entre los estudiantes paseaba un profesor de la Escuela Teatral y de la Nueva Canción chilena, Víctor Jara.

El cantor creció en el mundo del folclore y junto con los trabajadores se hizo militante de la causa popular. La Nueva Canción, como la llamaría Víctor y sus colegas surgió de los campesinos, de la clase obrera y del estudiantado cuyo contenido de fondo es la crítica contra la explotación, la miseria y la injusticia. De ese drama social, de las condiciones de lucha de la clase trabajadora, de su cultura y costumbres, nacieron sus melodiosos poemas.

La canción “El alma llena de banderas” escrita por Víctor y dedicada al joven Miguel Angel Aguiler asesinado en una manifestación de apoyo a Salvador Allende en la plaza Tropezón, es testimonio vivo de la lealtad de Víctor y su creación artística a la causa del pueblo, y de las convicciones de los chilenos que defendían el triunfo y el gobierno de la Unidad Popular.

Ahí

Debajo de la tierra

No estás dormido, hermano, compañero.

Tu corazón oye brotar la primavera

Que como tú

Soplando irá en los vientos.

Ahí

Enterrado cara al sol

La nueva tierra cubre tu semilla.

La raíz profunda se hundirá

Y nacerá la flor del nuevo día.

A tus pies heridos llegarán

Las manos del humilde llegarán

sembrando.

Tu muerte muchas vidas traerá

Que hacia donde tú ibas marcharán

Cantando.

Allí,

Donde se oculta el criminal

Tu nombre brinda al rico muchos nombres.

El que quemó tus alas al volar

No apagará el fuego de los pobres

Aquí.

Esta canción, en ese presente de resistencia del pueblo sintetizó, como una profecía, la traza criminal de la dictadura, pero mantendría la esperanza de los pobres sin apagarse.

La Universidad Técnica fue rodeada por soldados que irrumpieron en los edificios con sus carros blindados y emprendieron a culatazos a los estudiantes, académicos y trabajadores, a su vez tomándolos como prisioneros y trasladándolos al Estadio Chile y al Estadio Nacional en donde se encontraban más de cinco mil personas. En los pasillos oscuros y fríos estaba postrado Víctor Jara, con su rostro ensangrentado y un ojo cerrado por la hinchazón que le propiciaron sus torturadores. La dictadura militar no perdonaría el compromiso del cantor de 41 años quien se dedicó a servir con su arte al pueblo.

Víctor Jara fue asesinado el 16 de septiembre de 1973 y su cadáver tirado en la calle. El día 18 su esposa Joan Jara encontró su cuerpo en la Morgue de Santiago, el cantor dejaba un patrimonio artístico inconfundible en la historia de la lucha de los chilenos por un país equitativo y democrático.

De las últimas horas de su vida se crearon extraordinarias narraciones de las acciones de un héroe popular frente a su verdugo. Algunos dicen que le cortaron la lengua y sus dedos, que le propiciaron más de 40 tiros mientras con valor y dignidad no pedía clemencia a sus torturadores en aquel frío y lúgubre Estadio Nacional, y aún en medio de dolores y torturas seguía cantando.

El canto de Víctor Jara transmite fuerza y confianza, hace realidad la épica popular recogida en una de las canciones de Horacio Guarany:

Cantor que canta bajito tiene miedo o poca voz …

Pero el que canta a los gritos tiene herido el corazón

Cantor que canta muy lento suavemente sin arder …

Se está cantando pa dentro, se está cantando para él

Cantor por cantor no más no hace falta tal cantor …

Podrá llegar a cantar, pero nunca ser cantor

Para 1980 el terrorismo de Estado encabezado por Pinochet ya había asesinado a 15.000 personas, había 2.200 detenidos desaparecidos, 164.000 chilenas y chilenos exiliados y más de 150.000 presos. La gran noche negra de la dictadura. El alma de los pueblos habita en la obra y el corazón de los artistas, por eso jamás morirá y resucitará una y otra vez para darle eternidad a la esperanza de los desposeídos. 

Luego de 50 años la flauta, quena y charango de la Nueva Canción Chilena, que fueron perseguidas y reprimidas por los fascistas por ser instrumentos que emitían “sonidos marxistas”, se siguen escuchando y la humanidad junto a su melodía medita acerca de su futuro y su lugar en él. La dictadura militar tampoco logró borrar las huellas de sus crímenes, ni las letras de Jara, porque como lo dice en una de sus canciones “Preguntas por Puerto Montt”, a los ejecutores de crímenes de Estado “…no limpiaran sus manos toda la lluvia del sur, toda la lluvia del sur”.

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